Saturday, December 03, 2005

EL BESO DE SANTA

El humilde barrio se vistió de gala. Flores de variados colores adornaban los jardines de cada hogar. La Pascua, reina entre todas, anunciaba silente y orgullosa: la llegada de una nueva Navidad. !Una nueva Navidad! Los pocos radios del vecindario y las velloneras de los Cafetines rompían el silencio con canciones alusivas a la época: “Esta noche es Nochebuena, vamos al monte hermanito, a cortar un arbolito, porque la noche es serena"...
Eran las cinco de la tarde cuando retornó mi padre de su trabajo, cansado y sudoroso. Corrimos hacia él queriendo abrazarlo todos a la vez. Ninguno quería ser el último.
-Polo, ¿vas a comer ahora o te vas a bañar primero? - era la pregunta que siempre le hacía mi madre a su llegada.
-No, ahora no. - dijo hurgando en un rincón de la pequeña vivienda, encontrando al punto lo que buscaba.
-!Ahí viene papi con el machete!- gritó mi hermano mayor a todo pulmón.
!El corazón me dió un vuelco! !Como locos corrimos fuera de la casa!
Alzando el tono de voz , se hizo escuchar: -! No pueden ir todos, las nenas se quedan!
Cuando se sabe leer y escribir a los cuatro y medio años de edad y el padre afirma que ya usted es un hombrecito, uno se lo cree, por eso insistí en cargar el toldo, cosa que no me permitió.
-!Vamos, niños.! ! José Efraín, toma a Rafito de la mano y no lo sueltes por ningún caso del mundo! - dijo llamando la atención de mi hermano.
Ya casi oscurecía cuando comenzamos a ascender el monte. Mi padre, al frente, descubría el camino con el filoso machete. Llegamos casi a la cima. Tras otear a todos lados, decidió por uno de ellos. – Mírenlo, ése estaba esperando por mi - aseveró poniendo acción en sus palabras. Lo atacó de lado y el gigante cayó rendido a sus pies. Con gran dificultad casi arropó el árbol con el toldo. – No lo toquen que tiene espinas -manifestó en tono bajo , colgando el Tintillo sobre su espalda e iniciando la marcha de regreso, monte abajo. Luego de un trayecto largo y sin descanso, llegamos al batey (patio al frente de la casa) y allí dejó caer el Tintillo. Mi madre que nos esperaba preocupada salió a recibirnos.
-Vamos suban que tienen que bañarse y acostarse - sentenció muy seria.
- Lydia, déjalos un ratito más para que me ayuden. Este árbol tiene que estar listo para mañana – fué su respuesta al tiempo que nos hacía un guiño de ojo. Ahí mismo comenzó la faena. Cemento, arena y agua mezclaron rápidamente bajo la mano experta de mi progenitor.
– !Lydia, pon la lata de galletas donde va el árbol, que voy pa’llá ahora!
Al minuto, mis hermanos mayores mantenían el arbol en balance dentro de la lata, yo le daba las piedras a mi padre y él las colocaba haciendo presión en el tronco, echando luego cemento sobre ellas. Derecho, lo que se dice derecho, no quedó – dijo mi papi al día siguiente – pero esa diferencia no la ve el que va en avión – remató.
No me dí cuenta cuando lo mataron y afeitaron. Mi mamá lo estaba haciendo pedazos. Pobrecito Chonky. Los gandures hervían en agua y sal y mi hermana envolvía y amarraba los pasteles.
- Hoy es Nochebuena, así que se me bañan y acuestan temprano, si no, Santa no viene –profetizó la que mandaba en casa. A media mañana decoramos el árbol: guirnaldas con luces de colores, semillas de pino envueltas en papel lacre, amarradas al árbol por el tallito con hilo de coser, bolas de cristal multicolores, campanitas, pelo de ángel y en la punta una estrella. La lata de galletas quedó transformada en una montañita de nieve gracias al papel lacre y algodón. La radio no cesaba de tocar: “Llegó, llegó, llegó la Navidad, Felicitaciones mil a los de aquí y los de allá"…
La cena incluyó: arroz con gandures, pernil de cerdo asado, pasteles, morcillas, alguna verdura, un turrón alicante español, manzana picadita, uvas y Sidra de España. Eso se daba sólo una vez al año y había que comer mucho para recordarlo.
- Ok, a la cama, lávense la boquita, orinen y acuéstense, no se olviden de orar.
Yo le había escrito una carta a Santa Claus. Se la di a papi para que me la echara cuando fuera a trabajar para el pueblo. La carta decía: "querido santa mi mama dice que si estoy despierto no me pones regalos si tu me despiertas yo no se lo digo a nadie me voy a quedar con lo ojo cerrado quiero que me pongas unos rebolberes de baquero con fulminante adios. rafaelito".
Mi hermano de siete años y yo compartíamos la misma cama. La llegada de Santa me tenía un tanto intranquilo. Daba vueltas y vueltas y no lograba dormir.
- Estate quieto o le doy la queja a papi. - escuché decir a mi hermano a la vez que me empujaba con sus pies apartándome de él.
Me estuve quieto, boca arriba con los ojos cerrados, sin dormir. Así permanecí largas horas en la oscuridad de la habitación. Mi corazón aceleraba sus latidos y tuve miedo. Si mi hermano escuchaba el ruido de mi corazón podía despertarse y chotearme con papi. Mi mami lo había repetido muchas veces: “Si están despiertos, Santa no viene, no habrá regalos”. ¿ Y si Santa sabe que estoy despierto? ¿Y si a Santa se le olvida dónde yo vivo? "Si abro lo ojo un chispito el no me va ver". No escuché llegar el trineo pero estaba oyendo un pequeño ruido en el cuarto y pasos muy bajitos. Apreté mis ojos con fuerza. ¿Y si Santa me lleva? ¿Habrá muchos niños en el Polo Norte? ¿Cómo será la fábrica de juguetes de Santa? Sentí la presencia de Santa. Abrí los ojos con mucho temor y vi su silueta en la oscuridad. Se estaba agachando y colocaba algo debajo de la cama. !Santa estaba allí, a mi lado! !Estaba subiendo a mi cama! !Sentí su respiración sobre mi cara! !Cerré los ojos! !Y sucedió! !Santa me dió un beso! !Santa me besó! !Su barba era tan suave que no la sentí! !Santa me besó! !Santa me habló! !Santa me dijo en susurro: duérmete!
El día de Navidad mami nos despertó a las ocho de la mañana. Ya el olor de l café recién colado invadía todos los rincones de la casa. Sin pensarlo metí mi cabeza debajo de la cama. Allí estaban mis revólveres de vaquero y varias ristras de fulminantes. !No podia creerlo! !Santa sabía que yo estaba despierto, me besó y me dejó el regalo! Nunca confesé mi secreto.
Desde entonces cada noche Santa me visitó en horas tardías y yo lo esperaba despierto con mis ojos apretados para recibir su beso.
Una veces me dijo muy quedo: “Duérmete” y otras tantas: “Dios te bendiga, hijo mio".


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