Sunday, December 03, 2006

Historias de don Polo

El ladronzuelo

Don Polo no solo era humanista, filósofo y gran orador; también era poeta y trovador. En su pequeño, pero fructífero negocito del pueblo, al que llamaba quincalla, podía encontrarse desde un alfiler por céntimos de centavo, hasta un reloj de oro por diecinueve dólares con noventa centavos.
Tenía Rafaelito siete años de edad cuando presenció una transacción comercial entre don Polo y un ladronzuelo que momentos antes había hurtado un carrito de su quincalla.

_Don Polo, le vendo este carrito en un vellón_ dijo el rapaz.

Don Polo miró al niño y disimulando su tristeza contestó: _ Te doy tres centavos por él.

Tres segundos tomó la compraventa, y acto seguido el chico inició veloz carrera. Rafaelito , estupefacto por lo que había visto, no tardó en preguntar: Papi, ¿por qué hiciste eso? Ese carrito era tuyo.

_Lo sé hijo mío_ remató don Polo sonriendo. Mira, yo compré ese carrito en tres centavos , luego le pagué al chico tres centavos más, o sea, que invertí seis centavos. El carrito se venderá por diez, yo ganaré cuatro centavos y ayudé a un niño en necesidad.
_ Pero ese nene era un pillo.
_ Dime Rafaelito, ¿quién es más pillo, el que fabricó el carrito, el que me lo vendió, el niño que lo tomó de la quincalla; o yo? Ante el desconcierto de Rafaelito, don Polo concluyó: ¡Todos los comerciantes son ladrones! Quédate tranquilo, hijo mío, que ya el nene está cogiendo confianza y voy a hablar con sus papás para que me permitan llevarlo el domingo a la iglesia. Ese nene, pronto va a ser como tú, un buen niño, honrado, inteligente y estudioso.

Rafaelito admiraba y quería mucho a su padre. Era diferente a todos los hombres que conocía. Sus palabras siempre tenían un sentido verdadero.

_ !Chacho! Mi papá lo sabe todo_ presumía Rafaelito ante sus compañeritos de escuela.



Los Infelices

Don Polo era muy ocurrente. Reía con franqueza en todas sus conversaciones, haciendo que su comunicación fuese una muy agradable y deseada por quienes gustaban de sus charlas. Así como él contaba historias, otras se originaban en él y eran temas favoritos de sus amigos y conocidos. Aquella mañana fría, Rafaelito no tuvo clases y acatando siempre las órdenes de su padre, se presentó en la quincalla.

_ Bendición papi_ dijo Rafaelito al llegar.
_ Dios te bendiga, hijo mío _ dejóse escuchar don Polo, estampando un beso en la frente del menor de sus hijos varones. _ ¿Es que no tienes clases hoy?
_ La maestra de Segundo no vino.
_ Pues si no tienes clases, mi hijo; llégate hasta la casa y dile a tu hermana mayor que me prepare una marota con bacalao, y me la traes tú mismo, en cuanto esté lista. Vete por la orillita y ten cuidado con los carros. No te detengas en el camino.

Rafaelito era diligente. A las doce en punto del medio día, don Polo disponía a cuerpo de rey de aquella cosa llamada Marota o Marifinga, compuesta de harina de maíz cocido con bacalao y un poco de habichuelas coloradas. Don Polo, aunque vivía en la ciudad, no olvidaba en su dieta, los manjares de la gente pobre del campo, donde nació y creció, abandonándolo cuando alcanzó los dieciocho años en busca de trabajo. Mientras comía, semioculto detrás de una columna, veía el ir y venir de los transeúntes frente a su quincalla. Gente de todo tipo curioseaba a su paso en la expuesta mercancía.
Fue Rafaelito quien primero vio al animal.

_ Papi, hay un perro feo ahí parao _ dijo señalando con el dedo.

Don Polo, hombre de gran corazón, lo observó con detenimiento. Era grande, escuálido, de ojos tristes, lagrimosos y amarillentos; pulgas, sarna y garrapatas, estaban consumiendo al pobre can.

_ Ese hermano perro, hace tiempo que no come_ dijo a Rafaelito, mientras se acercaba al animal, fiambrera en mano. Inclinándose, depositó sobre el borde de la acera el sobrante de la Marota que había quedado, retirándose parsimoniosamente para no asustar al desdichado animal y pudiera éste disfrutar de alimento tan preciado. El perro se acercó con cautela, despacio; según sus fuerzas le permitían. Miró la Marifinga, la olfateó, alzó su cabeza y fijó sus vidriosos ojos, ahora amenazantes, en los de Don Polo. Hubo comunicación explícita entre uno y otro, y aún con su cabeza majestuosa y orgullosamente erguida, el casi difunto realengo caminó firme calle arriba, dejando atrás, en el olvido; aquella cosa sobre la acera. Rafaelito que no salía de su asombro, al no poder interpretar el diálogo silente habido entre hombre y animal, se atrevió a preguntar:

_ Papi, ¿por qué te miró así?

Sin pensarlo, don Polo contestó: porque es un animal y encima de eso, malagradecido.

No bien habían concluido el breve diálogo, divisaron a la Señora. Su aire señorial le distinguía al hacer del caminar un arte. Hermosa mujer, escultural, vestida a la usanza de moda de la época, dejaba huellas a su paso, esparciendo tenuemente el fino perfume que discretamente hablaba de su opulencia y privilegiada vida social. Asida a su mano izquierda, caminaba su pequeña hija con igual compostura. Ya frente a la quincalla, la Señora, dando un fuerte tirón de la mano de la niña y mirando los retazos de Marota en el suelo gritó: ¡Cuidado nena que te cagas! Don Polo, ni corto ni perezoso abordó a la Señora: ¡Mire distinguida dama, de esa excreta que usted ve ahí, me acabo de jartar yo, ahora mismo!

Una vez más, Rafaelito contó orgulloso a sus amiguitos al regreso a la escuela, la emoción vivida el día anterior, y todos rieron con las ocurrencias de don Polo.


Las Navidades

La llegada de la Navidad traía bonanza económica para don Polo y su familia. Era en esta época del año que su pequeño negocio hacía su agosto con la venta de juguetes y accesorios para regalos. Desde principios de octubre, don Polo, iba adquiriendo la mercancía en compras al por mayor y parte de la misma la revendía a otros comerciantes para recobrar algo de la inversión, antes de iniciar las ventas de temporada. Sus frecuentes viajes a San Juan, la capital del país, le mantenían ‘al tanto’ de los nuevos artículos –como le llamaba- para estar ‘alante’ (delante) de los demás que competían dentro de un mismo mercado. Las postales de felicitación era el producto de más demanda y don Polo delegaba en Rafaelito, el escoger los estilos y diseños que a éste le parecieran mejor. Rafaelito tenía buen gusto y prefería aquellas que tenían parte del fondo en tela, pues según le había enseñado don Polo, las perfumaría tenuemente para conquistar al cliente. Era tendencia del comprador oler las postales antes de su adquisición. El mensaje en el interior era lo de menos. Don Polo era el verso.

- Hermano Polo, ¿tiene usté postales pa’ hijo ausente? Es que mi hijo se fue pa Nueva Yol y el pobrecito no ha encontrao trabajo, a ver si la felicitación lo anima. Es quel es tan bueno.

-Claro que sí, hermana. Mire ésta, se la voy a leer:

Hijo amado, en este día
Te deseo lo mejor
Tengas salud y alegría
Por allá por Nueva York.
Que el sol con su resplandor
Y la estrella de Belén
Te hagan un hombre de bien
Y te quiten lo de vago.
Que encuentres un buen trabajo
Y así me ayudas, también.

- Está muy bonita, ¿me la firma?
- Se la firmo y se la envío.
- ¿Cuánto le debo?
- Una peseta por la postal, hermana, si la tiene. El sello va por la casa y el verso es un regalo de Dios


La extensa clientela de don Polo era en su mayoría gente humilde , que recibía con cada compra, como valor añadido, palabras de amor y bendición.

- Aprende Rafaelito, haz el bien y no mires a quién.

3 Comments:

At 9:39 AM, Blogger JUAN PAN GARCÍA said...

Saludos, Raffie. ¡Cuánto disfruto con las historias que cuentas!
La sabiduría del abuelo don Polo encandilan no sólo a su hijo pequeño, sino a todos los que entramos a leerlas.
Te felicito por tu ingenio. Un abrazo. Juan Pan

¡FELIZ AÑO 2007 PARA TI Y TU FAMILIA!

 
At 11:18 PM, Blogger eldañacuentos said...

Saludos:

Agradecido. Las historias de don Polo son muchas. Poco a poco las iré colgando.

!Mejor Año para ti y los tuyos!

Raffie

 
At 8:02 PM, Blogger Lilsa Rivera said...

Cuánto admiro tus historias y cuentos de la vida real. Cuánto extraño a mi abuelo Polo y su "mi´ja Dios te bendiga y te favorezca". A pesar del tiempo hay cosas que el amor no olvida. Cuando decidas publicar tus cuentos en un libro me avisas para ayudarte en lo que necesites. Dios bendiga la sabiduría de los Rivera y yo orgullosa de ser tu hija.
Te amo.
Lilsa

 

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