Saturday, June 24, 2006

No hay mal que por bien no venga

No hay mal que por bien no venga


Hijos que no merecen a sus padres. Padres que lamentan haber tenido hijos. Algunas formas de maltrato a padres envejecientes o enfermos, pasan desapercibidas ante los ojos de familiares y vecinos. Las Autoridades que velan por el bienestar de los sobrevivientes de la tercera edad, nada hacen, porque nada saben. Hay de todo en la Viña del Señor. El único consuelo para estos abandonados de la suerte viene de lo alto. Dios no le falta a nadie y obra por caminos misteriosos, como es el caso...
Pilar tuvo una niñez como pocas. Sabía como obtener lo que quería y triunfó. Mil maneras aprendió y practicó para manipular a sus padres, restándole autoridad a sus progenitores y haciendo su voluntad a capricho. Abandonó la escuela a muy temprana edad y apenas desarrolló su intelecto. Siempre creyó tenía la razón y aún insiste en ello. Tuvo varios hijos que crecieron fuera del hogar, bajo el amparo y la tutela de tíos y abuelos. Son estos hijos, los que hoy, corresponden al amor no recibido con el mismo desamor, emulando a la que les dió el ser. A Pilar le están dando de la misma medicina, le están pagando con la misma moneda. Cría cuervos…
Pilar es mi suegra, tiene sesenta y siete años y vive en mi hogar. La alta presión sanguínea y diabetes de segundo grado nunca fueron obstáculo para imponer su autoridad mediante el chantaje emocional. Mi esposa, la mayor de sus hijos, no la comprende. Discuten todo el tiempo por la maldita dieta y Pilar llora desconsoladamente por las privaciones a las que se ve sometida. Más de una vez he recriminado a mi esposa por sus estilos maltratantes: le suministra comida por pequeñas porciones, no agrega carnes rojas, eliminó las harinas, la sal, las sodas con azúcar que tanto le gustan, los dulces y otras tantas cosas que hacían a Pilar feliz. No es justo que una persona tan gorda como Pilar sea obligada a ingerir tan poco alimento y a consumir vegetales a los que no está acostumbrada. Y no se diga de esos endulzantes sustitutos del azúcar que odia a muerte. Ya lo dije: “Dios obra por caminos misteriosos”. Yo soy el escogido. Me retiré del trabajo y me he hecho cargo de ella, aligerando la carga de mi esposa, que trabaja fuera del hogar.
Pilar encontró su felicidad. Todas las mañanas y noches le hago la prueba de la glucosa en la sangre. Mide quinientos, quinientos cincuenta, seiscientos, seiscientos cincuenta, setecientos; pero respondo a mi esposa que tiene ciento veinte, ciento treinta, ciento cincuenta. También le miento en la presión. Cuando la llevo a citas médicas sigo de largo y no entramos. Ya no le compro pastillas, pues ella no se las toma y le digo a mi esposa que las que hay son recién compradas. Hasta su dieta cambió: huevos fritos salados, jamón de cerdo, carne de cerdo frita, carne roja a medio cocer, harinas de todo tipo, postres azucarados… Pilar ahora descansa mejor. Siempre tiene sueño y duerme todo el día. Solo la despierto cada hora para darle un dulce o algo salado que le guste y seguidamente vuelve a dormir. Cuando mi esposa llega del trabajo le informo que Pilar acaba de acostarse. Cada vez que la alimento su corazón late tan fuerte que pareciera le saldría por la boca, y sus ojos lucen descomunales en una mirada, que sé, es de agradecimiento. No puede proferir palabra, de tanta alegría. Así de contenta se pone. Pilar encontró en mí, el amor que le niegan sus hijos. !Dios no le falta a nadie!

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