La Víbora


Los científicos Peter Lynch y Red Rogers lucían consternados por su aparente fracaso. Muchas noches y días habían dedicado al estudio de aquella cosa. A diferencia de otras, habían descubierto que este espécimen no ápodo, poseía un cráneo más grande, cerebro muy pequeño, esternón, más de dos costillas perfectamente alineadas y la boca un poco mayor que la anaconda , (Eunectes marinus) resultando más venenosa que la diamantina del este, (Crotalus adamanteus) la más grande de América y la nauyaca, la mayor de México. Los daños causados por el animal bajo estudio, traían de cabeza a los hombres de ciencia. Sabían que era carnívora y poseía un olfato especial que le permitía saborear en el ambiente a su posible presa. Lejos estaban de descubrir el origen del mortífero veneno. Múltiples pruebas en los colmillos resultaron infructuosas, concentrando sus esfuerzos en el análisis de su bífida lengua larga. Biólogos del mundo entero fueron consultados, fallando éstos al no poder aportar conocimiento alguno, sobre la procedencia del tóxico letal. La fatiga y el cansancio hacían mella en el ánimo de Peter y como último intento sugirió: - practicaremos una radiografía de todo el cuerpo antes de que despierte de la anestesia, quizás la solución está donde no hemos buscado. Dicho esto, procedieron al exámen de rigor. Reveladas las placas, Red las alzó sobre su cabeza, fijó su mirada en un punto específico y exclamó: ¡Albricias! ¡Bingo! Fue tan alta y audible su expresión que el objeto de estudio se incorporó de golpe. Peter, eufórico gritó: ¡Señora, señora, sabemos de donde proviene su veneno ¡ ¡El veneno brota de su corazón!