Sunday, November 20, 2005

El final de Caperuza

El Final de Caperucita


Caperucita sabía que no podía escapar mientras corría despavorida por el bosque. Ya no tenía fuerzas para gritar por ayuda. Las garras de su agresor la alcanzaron y todo se desvaneció ante ella. El estruendo de un disparo de escopeta no fue percibido por sus oídos. Sus ojos no podían ver el rostro del joven y apuesto cazador que con sumo cuidado la levantaba y cargaba en sus brazos a las afueras del bosque.


Aquel extraño ruido le despertó. Con mucha dificultad volteó su cara hacia lo alto y difusamente lo vio. El búho calló, mirándole sin ver, desde la rama más baja del árbol que le había protegido de la incesante lluvia de los últimos días.
Tras un largo intento logró incorporarse y casi cae nuevamente al observar atónito su silueta plasmada sobre la tierra seca. Era una litografía exacta de su imagen, lograda por la fusión del agua, la tierra y su propio peso. El hambre y la sed no le permitían pensar con claridad. Casi a rastras y sabiéndose herido de muerte inicio la marcha en busca de agua y comida. Nunca supo que a su paso aplastaría un ciempiés, que habiéndole picado mientras dormía, encontró la muerte al ingerir el veneno del alma de su víctima.
Siete años pasaron alimentando su venganza. Su cabeza funcionaba como una impresora de datos al repasar su plan. Volvería a hacerlo, pero esta vez saldría ileso del asunto. Una vez completado, cazaría al cazador.
Presuroso atravesó el bosque circundante y llegó a la casa de la anciana. Colocando sus manos arqueadas alrededor de sus ojos, simulando un periscopio de submarino para afinar su visión, atisbó por la ventana. Todo estaba en calma. Empujó la puerta, entró sigilosamente hasta la alcoba y ahí se detuvo. Su mirada lujuriosa tocó cada parte del hermoso cuerpo de aquella niña-mujer que totalmente desnuda le envolvía en el intenso fulgor de sus ojos azules.

- ¿Cómo te llamas?- le preguntó.
- Mi nombre es Ardid- respondió la ninfa.
- ¿Ardid?- repitió el malvado mientras se desprendía de sus pantalones.
- Sí, Ardid, y mi apellido es Muerte.

!Esa era la señal!
¡El resplandeciente y afilado machete surcó el aire, yendo a parar su hoja al cuello, decapitando de un solo tajo, al infame que la poseyó por la fuerza años atrás; desflorando su más íntimo y preciado tesoro!

¡Todo terminó! – escuchó ella decir al apuesto vigilante del bosque. Enterremos su cuerpo y con él, tus temores y mis ansiedades.

El lánguido sol del atardecer mostró el camino de regreso al hogar de ambos, donde aguardaban la abuelita y el hermoso niño hijo del dolor. Cogidos de las manos iban, con paso seguro.


Esta es la verdadera continuación de la historia de Caperucita, que sólo yo, conocí.


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